jueves, 25 de marzo de 2010

Discurso de Marshall 1947

“La verdad es que las necesidades de Europa para los próximos tres o cuatro años de alimentos extranjeros y otros productos –principalmente de América- están por encima de sus capacidades de pago. O bien obtiene una importante ayuda adicional o se enfrentará con un deterioro de la situación económica, social y política de carácter muy grave...
Es lógico que los Estados Unidos hagan todo lo posible para ayudar a encontrar la normal salud económica del mundo, sin la cual no puede haber estabilidad política ni paz segura. Nuestra política no está dirigida contra ningún país o doctrina, sino contra el hambre, la desesperación y el caos. Su propósito sería el restablecimiento de una economía activa en el mundo, a fin de permitir la aparición de condiciones políticas y sociales en las que puedan subsistir las instituciones libres...
Es evidente que antes que el Gobierno de los Estados Unidos pueda actuar, aplicando su esfuerzo para aliviar la situación... tiene que haber algún tipo de acuerdo entre los países de Europa... El programa debería ser único y acordado conjuntamente por un número considerable de naciones europeas, si no lo es por todas.”

Fragmento del discurso pronunciado por el Secretario de Estado Gral. George Marshall en junio
de 1947.

martes, 23 de marzo de 2010

LA GUERRA FRÍA SEGÚN HOBSBAWM

“Los cuarenta y cinco años transcurridos entre la explosión de las bombas atómicas y el fin de la Unión Soviética no constituyen un período de la historia universal homogéneo y único. Tal como veremos en los capítulos siguientes, se dividen en dos mitades, una a cada lado del hito que representan los primeros años setenta. Sin embargo, la historia del período en su conjunto siguió un patrón único marcado por la peculiar situación internacional que lo dominó hasta la caída de la U.R.S.S.: el enfrentamiento constante de las dos superpotencias surgidas de la segunda guerra mundial, la denominada «guerra fría».
La segunda guerra mundial apenas había acabado cuando la humanidad se precipitó en lo que sería razonable considerar una tercera guerra mundial, aunque muy singular; y es que, tal como dijo el gran filósofo Thomas Hobbes, «La guerra no consiste sólo en batallas, o en la acción de luchar, sino que es un lapso de tiempo durante el cual la voluntad de entrar en combate es suficientemente conocida» (Hobbes, capítulo 13). La guerra fría entre los dos bandos de los Estados Unidos y la URSS, con sus respectivos aliados, que dominó por completo el escenario internacional de la segunda mitad del siglo XX, fue sin lugar a dudas un lapso de tiempo así. Generaciones enteras crecieron bajo la amenaza de un conflicto nuclear global que, tal como creían muchos, podía estallar en cualquier momento y arrasar a la humanidad. En realidad, aun a los que no creían que cualquiera de los dos bandos tuviera intención de atacar al otro les resultaba difícil no caer en el pesimismo, ya que la ley de Murphy es una de las generalizaciones que mejor cuadran al ser humano («Si algo puede ir mal, irá mal»). Con el correr del tiempo, cada vez había más cosas que podían ir mal, tanto política como tecnológicamente, en un enfrentamiento nuclear permanente basado en la premisa de que sólo el miedo a la «destrucción mutua asegurada» (acertadamente resumida en inglés con el acrónimo MAD, «loco») impediría a cualquiera de los dos bandos dar la señal, siempre a punto, de la destrucción planificada de la civilización. No llegó a suceder, pero durante cuarenta años fue una posibilidad cotidiana.
La singularidad de la guerra fría estribaba en que, objetivamente hablando, no había ningún peligro inminente de guerra mundial. Más aún: pese a la retórica apocalíptica de ambos bandos, sobre todo del lado norteamericano, los gobiernos de ambas superpotencias aceptaron el reparto global de fuerzas establecido al final de la segunda guerra mundial, lo que suponía un equilibrio de poderes muy desigual pero indiscutido. La URSS dominaba o ejercía una influencia preponderante en una parte del globo: la zona ocupada por el ejército rojo y otras fuerzas armadas comunistas al final de la guerra, sin intentar extender más allá su esfera de influencia por la fuerza de las armas Los Estados Unidos controlaban y dominaban el resto del mundo capitalista, además del hemisferio occidental y los océanos, asumiendo los restos de la vieja hegemonía imperial de las antiguas potencias coloniales. En contrapar­tida, no intervenían en la zona aceptada como de hegemonía soviética.
En Europa las líneas de demarcación se habían trazado en 1943-I945, tanto por los acuerdos alcanzados en las cumbres en que participaron Roose­velt, Churchill y Stalin, como en virtud del hecho de que sólo el ejército rojo era realmente capaz de derrotar a Alemania. Hubo vacilaciones, sobre todo de Alemania y Austria, que se resolvieron con la partición de Alemania de acuerdo con las líneas de las fuerzas de ocupación del Este y del Oeste, y la retirada de todos los ex contendientes de Austria, que se convirtió en una especie de segunda Suiza: un país pequeño con vocación de neutralidad, envidiado por su constante prosperidad y, en consecuencia, descrito (correc­tamente) como «aburrido». La URSS aceptó a regañadientes el Berlín Oeste como un enclave occidental en la parte del territorio alemán que controlaba, pero no estaba dispuesta a discutir el tema con las armas.
La situación fuera de Europa no estaba tan clara, salvo en el caso de Japón, en donde los Estados Unidos establecieron una ocupación totalmente unilateral que excluyó no sólo a la URSS, sino también a los demás aliados. El problema era que ya se preveía el fin de los antiguos imperios coloniales, cosa que en 1945, en Asia, ya resultaba inminente, aunque la orientación futura de los nuevos estados poscoloniales no estaba nada clara. Como vere­mos, esta fue la zona en que las dos superpotencias siguieron compitiendo en busca de apoyo e influencia durante toda la guerra fría, y por lo tanto, fue la de mayor fricción entre ambas, donde más proba­bles resultaban los conflictos armados, que acabaron por estallar. A diferen­cia de Europa, ni siquiera se podían prever los límites de la zona que en el futuro iba a quedar bajo control comunista, y mucho menos negociarse, ni aún del modo más provisional y ambiguo. Así, por ejemplo, la URSS no sen­tía grandes deseos de que los comunistas tomaran el poder en China, pero fue lo que sucedió a pesar de todo.
Sin embargo, incluso en lo que pronto dio en llamarse el “tercer mun­do”, las condiciones para la estabilidad internacional empezaron a aparecer a los pocos años, a medida que fue quedando claro que la mayoría de los nuevos estados poscoloniales, por escasas que fueran sus simpatías hacia Estados Unidos y sus aliados, no eran comunistas, sino, en realidad, sobre todo anticomunistas en política interior, y «no alineados» (es decir, fuera del bloque militar soviético) en asuntos exteriores. En resumen, el “bando comunista” no presentó síntomas de expansión significativa entre la revolución china y los años setenta, cuando la China comunista ya no formaba parte del mismo.
En la práctica, la situación mundial se hizo razonablemente estable poco después de la guerra y siguió siéndolo hasta mediados de los setenta, cuando el sistema internacional y sus componentes entraron en otro prolongado período de crisis política y económica. Hasta entonces ambas superpotencias habían aceptado el reparto desigual del mundo, habían hecho los máximos esfuerzos por resolver las disputas sobre sus zonas de influencia sin llegar a un choque abierto de sus fuerzas armadas que pudiese llevarlas a la guerra y, en contra de la ideología y de la retórica de guerra fría, habían actuado partiendo de la premisa de que la coexistencia pacífica entre ambas era posible. De hecho, a la hora de la verdad, la una confiaba en la moderación de la otra, incluso en las ocasiones en que estuvieron oficialmente a punto de entrar, o entraron, en guerra. Así, durante la guerra de Corea de 1950-1953, en la que participaron oficialmente los norteamericanos, pero no los rusos, Washington sabía perfectamente que unos 150 aviones chinos eran en realidad aviones soviéticos pilotados por aviadores soviéticos (Walker, 1993, pp. 75-77). La información se mantuvo en secreto porque se dedujo, acertadamente, que lo último que Moscú deseaba era la guerra. Durante la crisis de los misiles cubanos de 1962, tal como sabemos hoy (Ball, 1992; Ball, 1993), la princi­pal preocupación de ambos bandos fue cómo evitar que se malinterpretaran gestos hostiles como preparativos bélicos reales.
Este acuerdo tácito de tratar la guerra fría como una «paz fría» se mantu­vo hasta los años setenta. La URSS supo (o, mejor dicho, aprendió) en 1953 que los llamamientos de los Estados Unidos para «hacer retroceder» al comu­nismo era simple propaganda radiofónica, porque los norteamericanos ni pes­tañearon cuando los tanques soviéticos restablecieron el control comunista durante un importante levantamiento obrero en la Alemania del Este. A par­tir de entonces, tal como confirmó la revolución húngara de 1956, Occidente no se entrometió en la esfera de control soviético. La guerra fría, que sí pro­curaba estar a la altura de su propia retórica de lucha por la supremacía o por la aniquilación, no era un enfrentamiento en el que las decisiones fundamen­tales las tomaban los gobiernos, sino la sorda rivalidad entre los distintos servicios secretos reconocidos y por reconocer, que en Occidente produjo el fruto más característico de la tensión internacional: las novelas de espionaje y de asesinatos encubiertos. En este género, los británicos, gracias al James Bond de Ian Fleming y a los héroes agridulces de John Le Carré -ambos habían trabajado por un tiempo en los servicios secretos británicos-, mantu­vieron la primacía, compensando así el declive de su país en el mundo del poder real. No obstante, con la excepción de lo sucedido en algunos de los países más débiles del tercer mundo, las operaciones del KGB, la CIA y semejantes fueron desdeñables en términos de poder político real, por teatra­les que resultasen a menudo.
En tales circunstancias, ¿hubo en algún momento peligro real de guerra mundial durante este largo período de tensión, con la lógica excepción de los accidentes que amenazan inevitablemente a quienes patinan y patinan sobre una delgada capa de hielo? Es difícil de decir. Es probable que el período más explosivo fuera el que medió entre la proclamación formal de la «doctrina Truman» en marzo de 1947 («La política de los Estados Unidos tiene que ser apoyar a los pueblos libres que se resisten a ser subyugados por minorías armadas o por presiones exteriores») y abril de 1951, cuando el mismo presi­dente de los Estados Unidos destituyó al general Douglas MacArthur, coman­dante en jefe de las fuerzas de los Estados Unidos en la guerra de Corea (1950-1953), que llevó demasiado lejos sus ambiciones militares. Durante esta época el temor de los norteamericanos a la desintegración social o a la revolución en países no soviéticos de Eurasia no era simple fantasía: al fin y al cabo, en 1949 los comunistas se hicieron con el poder en China. Por su par­te, la URSS se vio enfrentada con unos Estados Unidos que disfrutaban del monopolio del armamento atómico y que multiplicaban las declaraciones de anticomunismo militante y amenazador, mientras la solidez del bloque sovié­tico empezaba a resquebrajarse con la ruptura de la Yugoslavia de Tito (1948). Además, a partir de 1949, el gobierno de China no sólo se involucró en una guerra de gran calibre en Corea sin pensárselo dos veces, sino que, a diferen­cia de otros gobiernos, estaba dispuesto a afrontar la posibilidad real de luchar de sobrevivir a un holocausto nuclear. Todo podía suceder.
Una vez que la URSS se hizo con armas nucleares -cuatro años des­pués de Hiroshima en el caso de la bomba atómica (1949), nueve meses después de los Estados Unidos en el de la bomba de hidrógeno (1953)-, ambas superpotencias dejaron de utilizar la guerra como arma política en sus relaciones mutuas, pues era el equivalente de un pacto suicida. Que contemplaran seriamente la posibilidad de utilizar las armas nucleares con­tra terceros -los Estados Unidos en Corea en 1951 y para salvar a los franceses en Indochina en 1954; la URSS contra China en 1969- no está muy claro, pero lo cierto es que no lo hicieron. Sin embargo, ambas super­potencias se sirvieron de la amenaza nuclear, casi con toda certeza sin tener intención de cumplirla, en algunas ocasiones: los Estados Unidos, para ace­lerar las negociaciones de paz en Corea y Vietnam (1953, 1954); la URSS, para obligar a Gran Bretaña y a Francia a retirarse de Suez en 1956. Por desgracia, la certidumbre misma de que ninguna de las dos superpotencias deseaba realmente apretar el botón atómico tentó a ambos bandos a agitar el recurso al arma atómica con finalidades negociadoras o (en los Estados Unidos) para el consumo doméstico, en la confianza de que el otro tampoco quería la guerra. Esta confianza demostró estar justificada, pero al precio de desquiciar los nervios de varias generaciones. La crisis de los misiles cubanos de 1962, uno de estos recursos enteramente innecesarios, estuvo a punto de arrastrar al mundo a una guerra innecesaria a lo largo de unos pocos días y, de hecho, llegó a asustar a las cúpulas dirigentes hasta hacerles entrar temporalmente en razón.”
(Tomado de: Hosbawm, Eric, “Historia del siglo XX”, capítulo VIII, primera parte, pág. 230-234, editorial Crítica, 3º reimpresión, 1999)

Ejercicios
1- Este texto ¿Es una fuente histórica o un texto historiográfico? Fundamenta tu respuesta.
2- Realiza una línea cronológica ubicando los acontecimientos históricos que nombra el historiador.
3- ¿Cuáles son las características de la Guerra Fría para este historiador?
4- Enumera las razones por la cual, el historiador, cree que en “ningún momento hubo peligro de guerra mundial”.
5- ¿Qué fue para este historiador la Guerra Fría?
LA GUERRA FRÍA SEGÚN HOBSBAWM. 2º PARTE

“En un determinado momento de principios de los años sesenta, pareció como si la guerra fría diera unos pasos hacia la senda de la cordura. Los años peligrosos, desde 1947 hasta los dramáticos acontecimientos de la guerra de Corea (1950-1953), habían transcurrido sin una conflagración mundial, al igual que sucedió con los cataclismos que sacudieron el bloque soviético tras la muerte de Stalin (1953), sobre todo a mediados de los años cincuenta. Así, lejos de desencadenarse una crisis social, los países de la Europa occidental empezaron a darse cuenta de que en realidad estaban viviendo una época de prosperidad inesperada y general, que comentaremos con mayor detalle en el capítulo siguiente. En la jerga tradicional de los diplomáticos, la disminución de la tensión era la «distensión», una palabra que se hizo de uso corriente.
El término había surgido a finales de los años cincuenta, cuando N. S. Kruschev estableció su supremacía en la URSS después de los zafarranchos postestalinistas (1958-1964). Este admirable diamante en bruto, que creía en la reforma y en la coexistencia pacífica, y que, por cierto, vació los campos de concentración de Stalin, dominó la escena internacional en los años que siguieron. Posiblemente fue también el único campesino que haya llegado a dirigir un estado importante. Sin embargo, la distensión tuvo que sobrevivir primero a lo que pareció una etapa de confrontaciones de una tensión insólita entre la afición de Kruschev a las fanfarronadas y a las decisiones impulsivas y la política de grandes gestos de John F. Kennedy (1960-1963), el presiden­te norteamericano más sobrevalorado de este siglo. Las dos superpotencias estaban dirigidas, pues, por dos amantes del riesgo en una época en la que, es difícil de recordar, el mundo occidental capitalista creía estar perdiendo su ventaja sobre las economías comunistas, que habían crecido más deprisa que las suyas en los años cincuenta. ¿Acaso no habían demostrado una (breve) superioridad tecnológica respecto a los Estados Unidos con el espectacular triunfo de los satélites y cosmonautas soviéticos? Además, ¿no acababa de triunfar el comunismo, ante el asombro general, en Cuba, un país que se encontraba apenas a unos kilómetros de Florida?.
La URSS, en cambio, estaba preocupada no sólo por la retórica ambigua y a menudo belicosa en extremo de Washington, sino también por la ruptura fundamental con China, que ahora acusaba a Moscú de haber suavizado su actitud respecto al capitalismo, con lo que Kruschev, pese a sus intenciones pacificas, se vio forzado a adoptar en público una actitud más intransigente hacia Occidente. Al mismo tiempo, la brusca aceleración de la descoloniza­ción y de las revoluciones en el Tercer Mundo parecía favorecer a los soviéticos. Unos Estados Unidos nerviosos pero confiados se enfrentaron así a una URSS confiada pero nerviosa por Berlín, por el Congo, por Cuba.
En realidad, el resultado neto de esta fase de amenazas mutuas y de apu­rar los límites fue la relativa estabilización del sistema internacional y el acuerdo tácito por parte de ambas superpotencias de no asustarse mutuamen­te ni asustar al resto del mundo, cuyo símbolo fue la instalación del «teléfo­no rojo» que entonces (1963) conectó a la Casa Blanca con el Kremlin. El muro de Berlín (1961) cerró la última frontera indefinida existente entre el Este y el Oeste en Europa. Los Estados Unidos aceptaron tener a la Cuba comunista a su puerta. Las diminutas llamas de las guerras de liberación y de guerrillas encendidas por la revolución cubana en América Latina y por la ola de descolonización en África no se convirtieron en incendios forestales, sino que aparentemente se fueron apagando. Kennedy fue asesinado en 1963; a Kruschev le obligó a hacer las maletas en 1964 la clase dirigente soviética, que prefería una forma menos impetuosa de actuar en política. De hecho, en los años sesenta y setenta se dieron pasos signifi­cativos hacia el control y la limitación del armamento nuclear: tratados de prohibición de las pruebas nucleares, tentativas por detener la proliferación nuclear (aceptadas por quienes ya tenían armas atómicas o no creían llegar a tenerlas nunca, pero no por quienes estaban armando su propio arsenal ató­mico, como China, Francia e Israel), un Tratado de Limitación de las Armas Estratégicas (SALT) entre los Estados Unidos y la URSS, e incluso un cier­to acuerdo sobre los misiles antibalísticos (ABM) de cada bando. Y, lo que hace más al caso, el comercio entre los Estados Unidos y la URSS, estran­gulado por razones políticas por ambos lados durante tanto tiempo, empezó a florecer con el paso de los años sesenta a los setenta. Las perspectivas pare­cían halagüeñas.
No fue así. A mediados de los años setenta el mundo entró en lo que se ha denominado la «segunda» guerra fría, que coinci­dió con importantes cambios en la economía mundial, el período de crisis prolongada que caracterizó a las dos décadas a partir de 1973 y que llegó a su apogeo a principios de los años ochenta. Sin embargo, al principio el cambio de clima económico apenas fue apreciado por los parti­cipantes en el juego de las superpotencias, salvo por el brusco tirón de los precios de las fuentes de energía provocado por el certero golpe de mano del cártel de productores de petróleo, la OPEP, uno de los acontecimientos que parecían apuntar hacia un debilitamiento de la dominación internacional de los Estados Unidos. Ambas superpotencias estaban satisfechas con la solidez de sus respectivas economías. Los Estados Unidos se vieron mucho menos perjudicados por la recesión económica que Europa; la URSS -los dioses hacen felices al principio a quienes quieren destruir- creía que todo le iba viento en popa. Leónidas Brezhnev, el sucesor de Kruschev, presidente durante lo que los reformistas soviéticos denominarían «la era del estanca­miento», parecía tener razones para sentirse optimista, sobre todo porque la crisis del petróleo de 1973 acababa de cuadruplicar el valor internacional a precios de mercado de los gigantescos yacimientos de petróleo y gas natural recién descubiertos en la URSS a mediados de los años sesenta.
Pero dejando aparte la economía, dos acontecimientos interrelacionados produjeron un aparente desequilibrio entre las superpotencias. El primero fue lo que parecía ser la derrota y desestabilización de los Estados Unidos al embarcarse en una guerra de importancia: Vietnam desmoralizó y dividió a la nación, entre escenas televisadas de disturbios y de manifestaciones anti­bélicas; destruyó a un presidente norteamericano; condujo a una derrota y una retirada anunciadas por todo el mundo al cabo de diez años (1965-1975); y, lo que es más importante en este contexto, demostró el aislamiento de los Estados Unidos. Y es que ni un solo aliado europeo de los norteamericanos envió siquiera un contingente de tropas simbólico a luchar junto a las fuerzas estadounidenses. Por qué los Estados Unidos acabaron enfangados en una guerra que estaban condenados a perder, y contra la cual tanto sus aliados como la misma URSS les habían alertado, es algo que resultaría casi impo­sible de entender, de no ser por la espesa niebla de incomprensión, confusión y paranoia por entre la que los principales protagonistas de la guerra fría iban tanteando el camino.
Y, por si Vietnam no hubiera bastado para demostrar el aislamiento de los Estados. Unidos, la guerra del Yom Kippur de 1973 entre Israel, convertido en el máximo aliado de los Estados Unidos en Próximo Oriente, y las fuerzas armadas de Egipto y Siria, equipadas por la Unión Soviética, lo puso todavía más de manifiesto. Y es que cuando Israel, en situación extrema, fal­to de aviones y de munición, pidió a los Estados Unidos que le facilitaran suministros, los aliados europeos, con la única salvedad de Portugal, uno de los últimos bastiones del fascismo de antes de la guerra, se negaron incluso a permitir que los aviones estadounidenses emplearan sus bases aéreas con­juntas para este fin. (Los suministros llegaron a Israel a través de las Azores.) Los Estados Unidos creían, sin que uno pueda ver por qué, que estaban en juego sus propios intereses vitales. De hecho, el secretario de Estado norte­americano, Henry Kissinger (cuyo presidente, Richard Nixon, estaba ocupa­do tratando de librarse de que lo destituyeran), llegó a declarar la primera alerta atómica desde la crisis de los misiles cubanos, una maniobra típica, por su brutal doblez, de este personaje hábil y cínico, pero que no hizo cambiar de opinión a los aliados de los norteamericanos, más pendientes del suminis­tro de crudo de Próximo Oriente que de apoyar una jugada de los Estados Unidos que según Washington sostenía, con poco éxito, era esencial en la lucha global contra el comunismo. Y es que, mediante la OPEP, los países ,árabes de Próximo Oriente habían hecho todo lo posible por impedir que se apoyara a Israel, cortando el suministro de petróleo y amenazando con un embargo de crudo. Al hacerlo, descubrieron que podían conseguir que se multiplicara el precio mundial del petróleo. Los ministros de Asuntos Exte­riores del mundo entero tomaron nota de que los todopoderosos Estados Uni­dos no hicieron ni podían hacer nada al respecto.
Vietnam y Próximo Oriente debilitaron a los Estados Unidos, aunque no alteraron el equilibrio global de las superpotencias ni la naturaleza de la con­frontación en los distintos escenarios regionales de la guerra fría. No obstan­te, entre 1974 y 1979 surgió una nueva oleada de revoluciones por una exten­sa zona del globo. Esta tercera ronda de convulsiones del siglo XX corto parecía como si fuera a alterar el equilibrio de las super­potencias en contra de los Estados Unidos, ya que una serie de regímenes africanos, asiáticos e incluso americanos se pasaron al bando soviético y, en concreto, facilitaron a la URSS bases militares, sobre todo navales, fuera del territorio original de ésta, sin apenas salida al mar. La coincidencia de esta tercera oleada de revoluciones mundiales con el fracaso y derrota públicos de los norteamericanos fue lo que engendró la segunda guerra fría. Pero también fue la coincidencia de ambos elementos con el optimismo y la autosatisfac­ción de la URSS de Brezhnev en los años setenta lo que convirtió esta segun­da guerra fría en una realidad. En esta etapa los conflictos se dirimieron mediante una combinación de guerras locales en el tercer mundo, en las que combatieron indirectamente los Estados Unidos, que evitaron esta vez el error de Vietnam de comprometer sus propias tropas, y mediante una acele­ración extraordinaria de la carrera de armamentos atómicos, lo primero menos irracional que lo segundo.
(…)
La injustificada autosatisfacción de los soviéticos alentó el miedo. Mu­cho antes de que los propagandistas norteamericanos explicaran, a posteriori, cómo los Estados Unidos se lanzaron a ganar la guerra fría arruinando a su antagonista, el régimen de Brezhnev había empezado a arruinarse él solo al emprender un programa de armamento que elevó los gastos en defensa en un promedio anual del 4-_5 por 100 (en términos reales) durante los veinte años posteriores a 1964. La carrera había sido absurda, aunque le proporcionó a la URSS la satisfacción de poder decir que había alcanzado la paridad con los Estados Unidos en lanzadoras de misiles en 1971, y una superioridad del 25 por 100 en Í976 (aunque siguió estando muy por debajo de los Estados Unidos en cabezas nucleares). Hasta el pequeño arsenal atómico soviético había disuadido a los Estados Unidos durante la crisis de Cuba, y hacía tiem­po que ambos bandos podían convertir el uno al otro en un montón de escombros. El esfuerzo sistemático soviético por crear una marina con una presencia mundial en todos los océanos -o, más bien, dado que su fuerte eran los submarinos, debajo de los mismos- tampoco era mucho más sen­sato en términos estratégicos, pero por lo menos era comprensible corno ges­to político de una superpotencia global, que reclamaba el derecho a hacer ondear su pabellón en todo el mundo. Pero el hecho mismo de que la URSS ya no aceptase su confinamiento regional les pareció a los guerreros fríos norteamericanos la prueba palpable de que la supremacía occidental termina­ría si no se reafirmaba mediante una demostración de fuerza. La creciente confianza que llevó a Moscú a abandonar la cautela poskruscheviana en asuntos internacionales se lo confirmaba.
Por supuesto, la histeria de Washington no se basaba en razonamientos lógicos. En términos reales, el poderío norteamericano, a diferencia de su prestigio, continuaba siendo decisivamente mayor que el poderío soviético. En cuanto a la economía y la tecnología de ambos bandos, la superioridad occidental (y japonesa) era incalculable. Puede que los soviéticos, duros e inflexibles, hubieran conseguido mediante esfuerzos titánicos levantar la mejor economía del mundo al estilo de 1890 (por citar a Jowitt, 1991, p. 78), pero ¿de qué le servía a la URSS que a mediados de los años ochenta produ­jera un 80 por 100 más de acero, el doble de hierro en lingotes y cinco veces más tractores que los Estados Unidos, si no había logrado adaptarse a una economía basada en la silicona y en el software?. No existía absolutamente ningún indicio ni probabilidad de que la URSS deseara guerra (excepto, tal vez, contra China), y mucho menos de que planeara ataque militar contra Occidente. Los delirantes escenarios de ataque nuclear procedentes de los guerreros fríos en activo y la propaganda guber­namental de Occidente a principios de los años ochenta eran de cosecha pro­pia, aunque, en la práctica, acabaron por convencer a los soviéticos de que un ataque nuclear preventivo occidental contra la URSS era posible o inclu­so„ -como en algunos momentos de 1983- inminente (Walker, 1993, capí­tulo 11 ), y desencadenaron el mayor movimiento pacifista y antinuclear de masas de la guerra fría, la campaña contra el despliegue de una nueva gama de misiles en Europa.
(…)
Como la URSS se hundió justo al final de la era de Reagan, los propa­gandistas norteamericanos, por supuesto, afirmaron que su caída se había debido a una activa campaña de acoso y derribo. Los Estados Unidos habían luchado en la guerra fría y habían ganado, derrotando completamente a su enemigo. No hace falta tomar en serio la versión de estos cruzados de los años ochenta, porque no hay la menor señal de que el gobierno de los Estados Uni­dos contemplara el hundimiento inminente de la URSS o de que estuviera pre­parado para ello llegado el momento. Si bien, desde luego, tenía la esperanza de poner en un aprieto a la economía soviética, el gobierno norteamericano había sido informado (erróneamente) por sus propios servicios de inteligencia de que la URSS se encontraba en buena forma y era capaz de mantener la carrera de armamentos. A principios de los ochenta, todavía se creía (también erróneamente) que la URSS estaba librando una firme ofensiva global. En realidad, el mismo presidente Reagan, a pesar de la retórica que le pusieran delante quienes le escribían los discursos, y a pesar de lo que pudiera pasar por su mente no siempre lúcida, creía realmente en la coexistencia entre Estados Unidos y la URSS, pero una coexistencia que no estuviese basa­da en un repugnante equilibrio de terror nuclear mutuo: lo que Reagan soñaba era un mundo totalmente libre de armas nucleares, al igual que el nuevo secretario general del Partido Comunista de la Unión Soviética, Mijail Ser­guéievich Gorbachov, como quedó claro en la extraña cumbre celebrada en la penumbra del otoño ártico de Islandia en 1986.
La guerra fría acabó cuando una de las superpotencias, o ambas, reco­nocieron lo siniestro y absurdo de la carrera de armamentos atómicos, y cuando una, o ambas, aceptaron que la otra deseaba sinceramente acabar con esa carrera. Seguramente le resultaba más fácil tomar la iniciativa a un dirigente soviético que a un norteamericano, porque la guerra fría nunca se había visto en Moscú como una cruzada, a diferencia de lo habitual en Wa­shington, tal vez porque no había que tener en cuenta a una opinión pública soliviantada. Por otra parte, por esa misma razón, le resultaría más difícil al dirigente soviético convencer a Occidente de que iba en serio. Por eso es por lo que el mundo le debe tantísimo a Mijail Gorbachov, que no sólo tomó la iniciativa sino que consiguió, él solo, convencer al gobierno de los Esta­dos Unidos y a los demás gobiernos occidentales de que hablaba sincera­mente. Sin embargo, no hay que menospreciar la aportación del presidente Reagan cuyo idealismo simplón pudo atravesar las tremendas barreras for­madas por los ideólogos, los fanáticos, los advenedizos, los desesperados y guerreros profesionales que lo rodeaban, para llegar a convencerse a sí mismo. A efectos prácticos, la guerra fría acabó en las dos cumbres de Reykjavik(1986) y Washington (1987).
¿Representó el fin de la guerra fría el fin del sistema soviético? Los dos fenómenos son separables históricamente, aunque es evidente que están interrelacionados. La forma soviética de socialismo afirmaba ser una alter­ativa global al sistema del mundo capitalista. Dado que el capitalismo no se hundió ni parecía hundirse -aunque uno se pregunta qué habría pasado si todos los países deudores socialistas y del tercer mundo se hubiesen uni­do en 1981 para declarar la suspensión del pago de sus deudas a Occiden­te -, las perspectivas del socialismo como alternativa mundial dependían de la capacidad de competir con la economía capitalista mundial, reformada tras la Gran Depresión y la segunda guerra mundial y transformada por la revolución «postindustrial» de las comunicaciones y de la informática de los años setenta. Que el socialismo se iba quedando cada vez más atrasado era evidente desde 1960: ya no era competitivo y, en la medida en que esta competición adoptó la forma de una confrontación entre dos superpotencias políticas, militares e ideológicas, su inferioridad resultó ruinosa.
Ambas superpotencias abusaron de sus economías y las distorsionaron mediante la competencia en una carrera de armamentos colosal y enormemente cara, pero el sistema capitalista mundial podía absorber la deuda de tres billones de dólares -básicamente en gastos militares- en que los años ochenta hundieron a los Estados Unidos, hasta entonces el mayor acreedor mundial. Nadie, ni dentro ni fuera, estaba dispuesto a hacerse cargo de unir deuda equivalente en el caso soviético, que, de todos modos, representaba una proporción de la producción soviética (posiblemente la cuarta parle) mucho mayor que el 7 por 100 del gigantesco PIB de los Estados Unidos que se destinó a partidas de defensa a mediados de los años ochenta. Los Estados Unidos, gracias a una combinación de buena suerte histórica y de su política, vieron cómo sus satélites se convertían en economías tan florecientes que llegaban a aventajar a la suya. A finales de los años setenta, las economías de la Comunidad Europea y Japón, juntas, eran un 60 por 100 mayores que la de los Estados Unidos. En cambio, los aliados y satélites de los soviéticos nunca llegaron a emanciparse, sino que siguieron practicando una sangría abundante y permanente de decenas de miles de millones de dólares anuales a la URSS. Geográfica y demográficamente, los países atrasados del mundo, cuyas movilizaciones revolucionarias habrían de acabar, según Moscú, con el predominio mundial del capitalismo, representaban el 80 por 100 del plane­ta, pero, en el plano económico, eran secundarios. En cuanto a la tecnología, a medida que la superioridad occidental fue creciendo de forma casi expo­nencial no hubo competencia posible. En resumen, la guerra fría fue, desde el principio, una lucha desigual.
Pero no fue el enfrentamiento hostil con el capitalismo y su superpotencia lo que precipitó la caída del socialismo, sino más bien la combinación de sus defectos económicos cada vez más visibles y gravosos, y la invasión acelera­da de la economía socialista por parte de la economía del mundo capitalista, mucho más dinámica, avanzada y dominante. En la medida en que la retórica de la guerra fría etiquetaba al capitalismo y al socialismo como «el mundo libre» y el «totalitarismo», respectivamente, los veía como los bordes de una sima infranqueable y rechazaba todo intento de superarla; se podría decir que, fuera del suicidio mutuo que representaba la guerra nuclear, garantizaba la supervivencia del competidor más débil. Y es que, parapetada tras el telón de acero, hasta la ineficaz y desfalleciente economía de planificación central era viable; puede que se estuviera deshaciendo lentamente, pero no era proba­ble que se hundiera sin previo aviso. Fue la interacción de la economía de modelo soviético con la economía del mundo capitalista a partir de los años sesenta lo que hizo vulnerable al socialismo. Cuando en los años setenta los dirigentes socialistas decidieron explotar los nuevos recursos del mercado mundial a su alcance (precios del petróleo, créditos blandos, etc.) en lugar de enfrentarse a la ardua tarea de reformar su sistema económico, cavaron sus propias tumbas. La paradoja de la guerra fría fue que lo que derrotó y al final arruinó a la URSS no fue la confrontación, sino la dis­tensión.
Sin embargo, en un punto los ultras de la guerra fría de Washington no estaban del todo equivocados. La verdadera guerra fría, como resulta fácil más desde nuestra perspectiva actual, terminó con la cumbre de Washington le 1987, pero no fue posible reconocer que había acabado hasta que la URSS dejó de ser una superpotencia o, en realidad, una potencia a secas. Cuarenta años de miedo y recelo, de afilar los dientes del dragón militar-industrial, no podían borrarse así como así. Los engranajes de la maquinaria de guerra con­tinuaron girando en ambos bandos. Los servicios secretos, profesionales de Ia paranoia, siguieron sospechando que cualquier movimiento del otro lado , era más que un astuto truco para hacer bajar la guardia al enemigo y derrotarlo mejor. El hundimiento del imperio soviético en 1989, la desinte­gración y disolución de la propia URSS en 1989-1991, hizo imposible pretender que nada había cambiado y, menos aún, creerlo.

Extraído de: HOBSBAWM, Eric, “Historia del siglo XX”, capítulo VIII, pág. 246-255, Crítica, Buenos Aires, 1999

Ejercicios

1- Realiza una línea de tiempo, que comience donde termina la del repartido anterior. Ubica los acontecimientos que trabaja el autor en esta segunda parte.
2- Marca en la misma línea de tiempo, el período de distensión y”la segunda Guerra Fría”.
3- Enumera los hechos que desencadenaron la segunda guerra fría.
4- Realiza una lista con las razones por la cuál “parecía” que la URSS iba ganando en esta etapa.
5- Realiza una lista con las razones que maneja el autor para decir que la confianza de la URSS es injustificada.
6- ¿Cuándo termina la Guerra Fría para este autor? ¿Por qué toma esta fecha?
7- ¿Por qué cae el sistema soviético? ¿Qué papel cumplió la tecnología en el final de la Guerra Fría?

lunes, 15 de marzo de 2010

Material para 4º

LA DOCTRINA TRUMAN – 12 marzo de 1947

“La gravedad de la situación que enfrenta el mundo en estos momentos hace necesaria mi presencia antes de que se realice la sesión conjunta del Congreso.
La política exterior y la seguridad nacional de este país pasan por una situación compleja.
Un aspecto de la presente situación, que deseo desarrollar ante ustedes ahora, para que lo consideren y para que tomen decisión acerca del mismo, concierne a Grecia y Tur­quía.
Los Estados Unidos han recibido un pedido urgente por parte del gobierno griego, de asistencia económica y financiera. Informes preliminares de la misión económica nor­teamericana en Grecia y del embajador americano en el mismo país, corroboran lo afirmado por el gobierno griego: que la asistencia es imprescindible si se quiere que Grecia sobreviva como nación libre.
No creo que el pueblo americano y el Congreso deseen hacer oídos sordos a este llamamiento del gobierno griego.
La existencia misma de Grecia como Estado está amenazada en estos días por la actividad de terroristas, de varios millares de hombres armados, encabezados por comunis­mo desafían la autoridad del gobierno en varios puntos del país, especialmente de la frontera norte. Actualmente una comisión designada por el Consejo de de las Naciones Unidas está investigando las zonas con disturbios, en el norte )por un lado, y en Albania, Bulgaria y Yugoslavia, por otro.
Mientras tanto, el gobierno griego no puede manejar la situación. El ejército griego , y está mal equipado. Necesita abastecimientos y equipos para poder restaurar la autoridad del gobierno en todo el territorio griego.
Grecia debe ser asistida para que pueda convertirse en una democracia que se autoabastezca­ y que sea respetada.
El gobierno británico, que ha estado ayudando a Grecia, no podrá brindarle más ayuda a partir del 31 de marzo. Gran Bretaña necesita reducir o terminar sus compromi­sos partes del mundo, inclusive en Grecia.
Turquía, vecina de Grecia, también requiere nuestra atención.
El futuro de Turquía corno país independiente y económicamente estable es, evidentemente, no menos importante que el futuro de Grecia para los pueblos del mundo , la libertad.
A partir de la guerra, Turquía ha estado buscando ayuda financiera en Gran Bre­taña y en los Estados Unidos para modernizarse, a fin de mantener su integridad como nación.
Esa integridad es esencial para preservar el orden en el Medio Oriente.
El gobierno británico nos ha informado que, debido a las dificultades por las que está pasando, no puede extender la ayuda financiera y económica a Turquía.
Como en el caso de Grecia, si Turquía necesita asistencia, Estados Unidos deberá dársela. Somos el único país que puede hacerlo.
Las Naciones Unidas están destinadas a posibilitar la existencia de libertad e inde­pendencia perdurables en sus naciones miembros. No estaremos cumpliendo con nuestros objetivos, sin embargo, a menos que ayudemos gustosos a los pueblos libres, en su lucha contra movimientos agresivos que buscan imponer sobre ellos regímenes totalitarios, en su lucha por mantener, en cambio, sus instituciones libres y su integridad nacional. Esto no es más que el reconocimiento franco de que regímenes totalitarios, que se han impuesto sobre pueblos libres mediante la agresión directa o indirecta, está minando las bases de la paz internacional y, por lo tanto, la seguridad de los Estados Unidos.
Los pueblos de un cierto número de países del mundo han debido soportar, contra su voluntad, regímenes totalitarios. El gobierno de los Estados Unidos ha levantado a menudo su protesta contra la coacción e intimidación ejercidos contra Polonia, Rumania y Bulgaria, violando el pacto de Yalta. Debo decir que similares situaciones han aparecido en otros países.
A esta altura de la historia del mundo, prácticamente todas las naciones deben hacer su elección entre distintos modos de vida.
Un modo de vida está basado en la voluntad de la mayoría, y se distingue por sus instituciones libres, por su gobierno representativo, por elecciones libres, por garantías en lo que se refiere a la libertad individual, por la libertad de expresión y de credos y por la ausencia de tiranía en el orden político.
El otro modo de vida se basa en la voluntad de una minoría que se impone por la fuerza a una mayoría. Descansa en el terror y la tiranía, en el control de la radio y de la prensa, en elecciones fraudulentas y en la supresión de las libertades individuales.
Sostengo que la política de los Estados Unidos debe ser la de ayudar a los pueblos que resisten intentos de sojuzgamiento que se manifiestan por la acción de minorías arma­das o por presiones exteriores.
Sostengo que debemos ayudar a los pueblos libres para que recorran el camino de su destino a su manera.
Sostengo que nuestra ayuda debe hacerse esencialmente por la vía económica y financiera, ya que esos factores son fundamentalmente para asegurar la estabilidad econó­mica y procesos políticos normales.
Basta con mirar un mapa para darse cuenta de que la integridad y la supervivencia de la nación griega es de crucial importancia en un sentido mucho más amplio. Si Grecia cayera bajo el control de una minoría armada, el efecto en la situación de la vecina Tur­quía sería inmediato y grave. La confusión y el desorden podrían muy probablemente extenderse por todo el Oriente Medio. Además, la desaparición de Grecia como estado independiente tendría un profundo efecto sobre aquellos países de Europa cuyos pueblos están luchando, con grandes dificultades, para mantener la libertad e independencia, mien­tras se recuperan de los daños de la guerra.
Configuraría una tragedia indecible, el hecho de que estos países, que han sosteni­do una batalla tan dura contra tremendas catástrofes, a la larga perdieran esa victoria por la que tanto se han sacrificado. El colapso de sus instituciones libres y la pérdida de su independencia sería un hecho tremendo no sólo para ellas sino para el resto del mundo. El escepticismo -y posiblemente el fracaso- serían lo que cosecharían los pueblos vecinos' que luchan por mantener su libertad e independencia.
Si negamos nuestra ayuda a Grecia y Turquía en esta hora funesta, las consecuen­cias se extenderán largamente, tanto hacia el Oeste como hacia el Este.
Además de este fondo, solicito al Congreso que autorice el destacamento de personal militar y civil norteamericano en Grecia y Turquía, a pedido de esos países, para asistir en las tareas de reconstrucción y a los efectos de supervisar el uso de la ayuda financiera y material que se les proporcione.­ Recomendaría que se autorizara la instrucción y entrenamiento de personal griego y turco seleccionado.
Los Estados Unidos contribuyeron con 341 millones de dólares para ayudar a ganar la Segunda Guerra Mundial. Esta es una inversión a cuenta de la paz y la libertad del mundo.
La asistencia que pido para Grecia y Turquía alcanza un poco más del undécimo del 1% de aquella inversión. No es más que usar el sentido común el tratar de salvaguardar auqella inversión y asegurarse de que no se hizo en vano.
Las semillas de los regímenes totalitarios se nutren de la miseria y de la necesidad. Ellas se siembran y crecen en el mal suelo de la pobreza y la dura lucha. Florecen cuando muere la esperanza de la gente por una vida mejor.
Debemos mantener viva esa esperanza.
Los pueblos libres del mundo miran hacia nosotros pidiendo apoyo para mantener sus libertades.
Si nuestro liderazgo flaquea, podemos poner en peligro la paz del mundo y, seguramente, pondremos en peligro el bienestar de nuestro país.
Debemos asumir grandes responsabilidades que el rápido desarrollo de los acontecimientos han hecho caer sobre nosotros.

(Tomado de Germán D’Elía, “Historia Contemporánea, Tomo II, Ediciones de la Banda Oriental.)

Aclaración: Truman fue presidente de los Estados Unidos entre los años1945, después que muere el presidente el Roosevelt, y 1952.


Ejercicios

1- ¿Cuál es el motivo principal del discurso de Truman?
2- Resume con tres palabras la situación de Grecia y Turquía que describe el discurso
3- ¿Por qué dice que “la existencia misma de Grecia como Estado está amenazada”? (Está en negritas en el texto)
4- Indica el párrafo que exprese mejor la idea de bipolaridad.
5- ¿Cuáles son las características de los “dos modos de vida” que habla Truman? ¿Cuál de los dos se refiere a Estados Unidos y sus aliados? ¿A qué país representaría el otro modo?
6- Según el discurso ¿Por qué es tan importante que Grecia no caiga en la órbita comunista?
7- ¿Por qué este discurso marca el comienzo de la Guerra Fría?

DOCTRINA JDANOV
Tras el discurso de Fulton en 1946, donde Churchill definió la noción del "telón de acero", el discurso de Jdanov en Szklarska Poreba (Polonia) durante la constitución del Kominform el 22 de septiembre de 1947 terminó de consolidar la idea de la división del mundo en dos bloques.
La Kominform se creó como respuesta al Plan Marshall y Jdanov, como delegado soviético en la reunión, enunció la doctrina soviética de la guerra fría que venía a enfrentarse a la Doctrina Truman de "contención" del comunismo
.
“La terminación de la segunda guerra mundial ha producido cambios esenciales en el conjunto de la situación mundial (...)
El resultado principal de la segunda guerra mundial fue la derrota militar de Alemania y del Japón, los dos países más militaristas y agresivos del capitalismo. Los elementos reaccionarios e imperialistas del mundo entero, y particularmente de Inglaterra, de los Estados Unidos y de Francia, habían depositado ciertas esperanzas en Alemania y en el Japón (...)
En consecuencia, el sistema capitalista mundial, en su conjunto, ha sufrido nuevamente un duro revés (...) el resultado de la última contienda, con el aplastamiento del fascismo, con la pérdida de las posiciones mundiales del capitalismo y con el robustecimiento del movimiento antifascista, ha sido la separación del sistema capitalista de toda una serie de países de la Europa central y sudoriental (...)
La importancia y la autoridad de la URSS han aumentado considerablemente después de la guerra. La URSS ha sido la cabeza rectora y el alma del aplastamiento militar de Alemania y Japón. Las fuerzas democráticas progresistas del mundo entero están agrupadas en torno a la Unión Soviética. (...)
La finalidad que se plantea la nueva corriente expansionista de los Estados Unidos es el establecimiento de la dominación universal del expansionismo americano. Esta nueva corriente apunta a la consolidación de la situación de monopolio de los Estados Unidos sobre los mercados internacionales, monopolio que se ha establecido como consecuencia de la desaparición de sus dos mayores competidores —Alemania y Japón— y por la debilidad de los socios capitalistas de los Estados Unidos: Inglaterra y Francia.
Esta nueva corriente cuenta con un amplio programa de medidas de orden militar, económico y político, cuya aplicación establecería sobre todos los países a los que apunta el expansionismo de los Estados Unidos, la dominación política y económica de estos últimos reduciría a estos países al estado de satélites de los Estados Unidos e instauraría unos regímenes interiores que eliminarían todo obstáculo por parte del movimiento obrero y democrático para la explotación de estos países por el capital americano. Los Estados Unidos de América persiguen actualmente la aplicación de esta nueva corriente política no sólo a los enemigos de guerra de ayer o a los Estados neutrales, sino también y de manera cada vez mayor, a los aliados de guerra de los Estados Unidos de América. (…)
Pero en el camino de sus aspiraciones a la dominación mundial, los Estados Unidos se han encontrado con la URSS, con su creciente influencia internacional, que constituye un bastión de la política antifascista y antiimperialista de los países de nueva democracia que han escapado al control del imperialismo anglonorteamericano; con los obreros de todos los países, comprendidos los de la misma América, que no desean una nueva guerra imperialista en provecho de sus propios opresores. (...)
Los profundos cambios operados en la situación internacional y en la de los distintos países al terminar la guerra, han modificado enteramente el tablero político del mundo. Se ha originado una nueva distribución de las fuerzas políticas. A medida que nos vamos alejando del final de la contienda, más netamente aparecen señaladas las dos principales direcciones de la política internacional de la postguerra, correspondientes a la distribución de las fuerzas políticas en dos campos opuestos: el campo imperialista y antidemocrático, de una parte, y el campo antiimperialista y democrático, de otra. Los Estados Unidos representan el primero, ayudados por Inglaterra y Francia (...)
Las fuerzas antiimperialistas y antifascistas forman el otro campo. La URSS y los pueblos de la nueva democracia son su fundamento. Los países que han roto con el imperialismo y que resueltamente se han incorporado a la democracia, como Rumania, Hungría, Finlandia, forman parte de este campo, al que se han añadido, además, Indochina, el Vietnam y la India. Egipto y Siria son simpatizantes.”


Andrei Jdanov: Discurso en la sesión inaugural de la KominformSzklarska Poreba (Polonia) 22 de septiembre de 1947

Ejercicios

1- Este texto ¿Es una fuente o un texto historiográfico? Fundamenta tu respuesta.
2- ¿Qué aspectos parecidos encuentras entre este discurso y el discurso de Truman?
3- ¿Qué aspectos distintos encuentras entre este discurso y el discurso de Truman?
4- Indica el párrafo que exprese mejor la idea de bipolaridad.
5- ¿Por qué los historiadores consideran este discurso como una respuesta a la Doctrina Truman?

miércoles, 3 de marzo de 2010

Material para 3º

Aparición del proletariado

Condiciones de vida y de trabajo: Algunos testimonios

"Betty Harris, 37 años; me casé a los 23 años y sólo después bajé a la mina. No se leer ni es­cribir... Arrastro las vagonetas de carbón y trabajo desde las 6 de la mañana a las 6 de la tarde. Hay un descanso de una hora para almorzar, y me dan para ello pan y mantequilla, pero nada de beber. Tengo dos niños que aún son muy pequeños para trabajar.

... Tengo puesto un cinturón y una cadena que me pasa entre las piernas y avanzo con las manos y los pies. Y la galería es muy pendiente y nos debemos tomar de una cuerda; cuando no la hay, nos agarramos a todo lo que podemos. En los pozos donde yo trabajo, hay seis mujeres y media docena de niños y niñas".

Grupo Germania - "Materiales para la clase".

"El trabajo de estos niños era usualmente el de trappers (trampero). Se sentaban detrás de las trampas o puertas de las galerías por las cuales tenían que pasar las vagonetas cargadas de carbón para dirigirse a los caminos secundarios que desembocaban en el principal, donde el mineral era acomodado y conducido a la superficie. Era muy peligroso dejar la puerta abierta pues esto produ­cía gran calor, falta de ventilación y posibles explosiones. Estos niños se sentaban, pues, en un hue­co del muro y cuando oían que se aproximaba la vagoneta abrían la trampa con una cuerda para cerrarla después que había pasado. Trabajaban 12 y 14 horas al día en la más profunda oscuridad, salvo cuando el buen minero les regalaba cabos de mecha.

Como los lugares eran por regla general húmedos, y el trabajo extraordinariamente monóto­no no es extraño que se durmieran. Entonces se les golpeaba para que no retrasasen o perjudicasen el trabajo. No veían la luz del sol más que los domingos, y por tanto no podían jugar más que ese día,.. Hay ejemplos de niños altamente sensibles que se convirtieron en imbéciles por miedo a la oscuridad, a la soledad y a las sabandijas de que estaban infectadas frecuentemente las minas", Barnes H. Historia de la economía del mundo occidental

Pedido de trabajo en un diario de Manchester en 1784

"Se alquila el trabajo de 260 niños con vivienda y toda clase de comodidades para ocuparse en el negocio de algodón. Por detalles dirigirse a..."

Bairoch P, cit. D'Elía G, op, cit.

Barrios obrero

"Toda gran ciudad tiene uno o más 'barrios feos- en los cuales se amontona la clase trabaja­dora. A menudo, a decir verdad, la miseria habita en callejuelas escondidas junto a los palacios de los ricos; pero, en general tiene su barrio aparte, donde, desterrado de los ojos de la gente feliz tie­ne que arreglárselas como pueda.,. En general, las calles están sin empedrar, son desiguales, sucias, llenas de restos de animales y vegetales, sin canales de desagüe, y por eso, siempre llenas de féti­dos cenagales. Además, la ventilación se hace difícil por el defectuoso y embrollado plan de cons­trucción y dado que muchos individuos viven en un pequeño espacio, puede fácilmente imaginar­se que atmósfera envuelve a esos barrios obreros... (dice J. Alston, Predicador) ".., no he visto ja­más… un abandono tan completo de los pobres como en Bethnal-Green. Ni un padre de familia entre diez tiene otro traje que el de trabajo, como no sean guiñapos; algunos tienen para cubrirse nada más que dichas vestimentas, y por lecho una bolsa de paja o viruta".

Engels F. "La situación de la clase obrera en Inglaterra" cit, por D'Elía G. op. cit.

Salarios

En Alemania hacia 1860-1870 los salarios por una semana de seis dias de doce a trece ho­ras, eran para un jornalero o un trabajador no especializado de 1,5 a 2 táleros a la semana en el campo; de 2,5 en la ciudad. Un obrero especializado del sector textil o metalúrgico percibía una media de 4 táleros; un obrero de las fábricas de vagones, 6 taleros, un mecánico de Elberfeld, 10 táleros; un capataz de fábrica, 5 0 6 táleros; en la misma época se ha calculado que los gastos nor­males de una familia obrera de cuatro personas eran al año:

Rubros En el campo En la ciudad

(en táleros) (en táleros)

Alimentación ………………………………………. 80 150

Vestido..................................................................... 20 30

Vivienda y luz ………………………………………15 43

Otros....................................................................... 19 38

Tomado de Guy Palmade, "La época de la burguesía", Historia Universal, siglo XIX,

Defensa de los obreros en el Parlamento inglés

"Se dice que esas gentes son una chusma desesperada, peligrosa e ignorante, y parece que el único remedio eficaz para aquietar esa furia de innúmeras cabezas es cortar unas cuantas que so­bran, ¿Pero es que tenemos plena conciencia de nuestros deberes para con esa chusma? Esa chusma es la que trabaja vuestros campos, sirve en vuestras casas, la que tripula vuestra marina y de la que se recluta vuestro ejército; la que os ha puesto en condiciones de desafiar al mundo y la que podría desafiaros a vosotros si la desventura la mueve a desesperación. Podéis dar al pueblo el hombre de chusma, pero no olvidéis que esa chusma es no pocas veces portavoz de las ideas del pueblo".

Lord Byron cit, por E. Frugoni, "El laborismo británico".

TRABAJOS

1) ¿Qué mano de obra se prefiere contratar en las primeras fábricas? ¿Porqué?

2) ¿Cuáles eran las condiciones de trabajo de los obreras?

3) ¿Cómo vivían los obreros?

4)¿Cuáles serían los problemas de los obreros que vtvtán y trabajaban en estas condiciones?

5) Lea atentamente el texto titulado "Salario "y observe el cuadro que le sigue:

a) ¿cuánto ganaba por año un trabajador no especializado y un obrero especializado?

b) Compare los salarios percibidos en un arto con los gastos esenciales en una familia media.

c) Extraiga conclusiones.

d) Calcule cuál de ellos puede cubrir los gastos esenciales. ¿Qué harán los demás?

6) ¿Qué defensa hace Lord Byron de los obreros? ¿Cómo los justifica?

SURGIMIENTO DE LA BURGUESIA INDUSTRIAL

La burguesía en Francia

"La ascención de la burguesía prosigue; en todo el Occidente da carácter a la época. Es nota­ble que el estado llano haya impuesto su manera de vestir: el pantalán ha vencido y la peluca desa­parece. Pero con la levita, el abrigo y el sombrero de copa la burguesía se distingue del hombre del pueblo, que corrientemente lleva blusa y gorra; el burgués lleva escarpines, ligeros borceguíes o zapatos finos y una corbata ancha envuelve su cuello. La señora de la "buena sociedad" se ingenia en multiplicar los colores alegres y los adornos obedeciendo sobre todo el gusto romántico; se apa­sionan con los vestidos de formas voluminosas, usa profusamente encajes y cintas; no sabría pasar­se sin el manguito; complica y recarga su peinado a placer. Según el vestido se es o no un "señor", una "señora" o una "señorita".

Desde el punto de vista burgués el dinero sitúa al individuo. El dinero confiere la posición social y la respetabilidad. En lo alto, los opulentos banqueros, en lo bajo el tendero... En los países como Francia, Inglaterra o los EE.UU. nada impide al burgués aspirar a la dirección de los grandes servicios del Estado; sin embargo la antigua nobleza... pugna por reservarse los altos empleos en el ejército y la diplomacia...

Vivir burguesamente es tener un interior confortable, los medios de hacer seguir estudios al hijo y dotar a la hija; es, para la mujer, recibir y devolver visitas... Este tipo humano que se jacta de honestidad, de saber vivir y aun de un cierto idealismo humanitario, que rechazando al pueblo

se llama pueblo y cree poder hablar en su nombre causa horror a los que le achacan su falta de sentido artístico sus escrúpulos hipócritas y su ridículo empaque".

Schnerb, R. "El siglo XIX, el apogeo de la expansión europea"

Burguesía inglesa

'...esta burguesía representa una oligarquía muy escasa: alta y media burguesía constituyen aproximadamente el 1 0/o de la población en 1840, apenas el 2 0/o en 1870 y poco más en 1880­1890; de hecho la clase se cierra por decirlo así hacia 1880...

Antes de 1843 los empresarios edifican un capitalismo industrial basado en el ahorro perso­nal, en la autofinanciación de la empresa. Los empresarios que viven cerca de su fábrica entran en ella a las 6 0 7 de la mañana y salen 10 u 11 horas más tarde; de ahí sus costumbres alimenticias, el sólido breakfast (desayuno) de la mañana y la cena a las cinco. No es cuestión de salir de week end ni tampoco de vacaciones, ni siquiera de deportes. La levita oscura es de rigor... ahora bien, la inter­penetración entre alta burguesía y aristocracia que comienza en 1850, se convierte poco a poco en una realidad.,. Los hijos de los Más ricos financieros e industriales han frecuentado las Univer­sidades, son considerados gentlemen, están inscritos en los Clubs, van al teatro y coleccionan cua­dros.”

Palmade G. "La época de la burguesía"

"Recibí el viernes tu carta y me he alegrado del éxito de nuestra hija Celina. A los 7 años ya llora para que la lleven a los espectáculos. ¿Qué hará cuando tenga 17? Parque, casino de verano, jardín zoológico y botánico, conciertos, comedias, ballet, revistas, conocerlo todo a los 7 años, ¡qué educación tan avanzada!”

Grupo Germania, ob. cit.

TRABAJOS:

7) Explique la expresión subrayada en el texto de Schnerb.

8) ¿Qué distingue a un burgués del resto del pueblo?

9) Compare la forma de vida de la burguesía francesa y la inglesa.

10) ¿Qué porcentaje, dentro de la población, ocupa la alta y media burguesía en Inglaterra? ¿Qué significado económico-social tienen estas cifras?

11) ¿Qué diferencias de mentalidad y forma de vida se desarrollan entre la burguesía inglesa de antes de 1850 y la de fines de siglo?

12) Leyendo la carta de Celina, compare la vida de un niño perteneciente a una amilia burguesa y un niño de una familia obrera.